viernes, 13 de febrero de 2009

TELEVISIÓN Y ¿DEMOCRACIA?*


Desde sus inicios en México, la televisión se vio concentrada en pocas manos. Casi desde que se tiene conciencia en la población mexicana sólo se recuerda a los Azcárraga como dueños del gran monopolio, “Televisa”, que posteriormente se convertiría en un “duopolio” (palabra frecuentemente utilizada en años recientes) con la aparición de TV Azteca.

Fue durante el sexenio de Carlos Salinas, el principal promotor del Estado y las reformas neoliberales, que se dio la venta de Imevisión (con el Canal 13) al grupo Radiotelevisora del Centro (ahora Grupo Salinas) creándose Televisión Azteca (cuyo dueño es Ricardo Salinas Pliego).

La historia de la televisión en México siempre, de una u otra forma, se vio regida por las leyes del mercado, y en especial, con las reformas neoliberales. En la actualidad el aspecto económico es el mayor rector de la vida social, política, y por desgracia, hasta democrática de un país. Con esto, sería conveniente preguntarnos ¿hasta dónde interviene la televisión en la vida democrática de un país?

El concepto “democracia” es muy subjetivo. ¿Qué entendemos por democracia? Eso dependerá del régimen de cada país, incluso de la ideología de cada individuo, y a pesar de que existen convenciones sobre lo que se consideran naciones, regímenes o acciones democráticas, no son seguidas (o no pueden ser seguidas) al pie de la letra por cada país.

Los gobiernos en México siempre han tenido tintes antidemocráticos, viviendo por ejemplo, 70 años bajo el poder de un mismo partido y una misma ideología, con inconformidades sociales y denuncias de elecciones dudosas y procesos electorales poco confiables (así como un alto porcentaje de abstencionismo electoral).

Con todo lo anterior es casi imposible pensar en lo que se ha mencionado muchas veces: que cada país (o sociedad) tiene el Gobierno que merece. ¿Entonces, de la misma forma, tenemos la televisión que merecemos? No precisamente.

A pesar de que existe un debate, que parece interminable, sobre lo que se “debe” transmitir en la televisión y lo que los televidentes “quieren” ver, esto va más allá de la sociedad, incluso más allá de los dueños de los medios de comunicación (por lo menos en el régimen neoliberal bajo el cual vivimos). Y de nuevo cabe hacer énfasis en la idea de que la economía, hoy en día, rige prácticamente todo.

Los medios de comunicación, como la televisión, establecen su agenda setting, es decir, lo que consideran importante y, por ende, lo que debe transmitirse, sin embargo ésta agenda a su vez es dictada por las reglas del mercado. ¿Cómo podría cambiar su programación una televisora, cuando vive de quienes pagan sus anuncios publicitarios, y a éstos sólo les importa que la mayor cantidad de gente vea los programas donde se anuncian? Lo anterior es sencillo de entender. La televisión, cuando menos la mexicana, subsiste por dos cosas: el poder o control político, y el poder económico. Haciendo un ejercicio imaginario, con meros supuestos, de que en México se tuviera que transmitir una programación distinta, más cultural, educativa, etc., la reacción inmediata de los dueños de las principales televisoras sería argumentar (según su lógica) que esa programación no es lo que la gente desea ver en sus canales. Como cita el dicho: “al cliente lo que pida”. ¿Pero qué hay de las nuevas y futuras generaciones? Para ellas, si crecieran con ese tipo de televisión, sería normal y la aceptarían, pues estarían igual de acostumbrados a esa programación como lo está la sociedad a la programación actual.

El problema quizá provenga del régimen en el que vivimos, controlado por tecnócratas y en el cual, así como se pretende eliminar al Estado de aspectos sociales y políticos del país, dejando el control en la burguesía empresarial (que como menciona Cornelius Castoriadis se están convirtiendo en “una burocracia de managers”[1]), también se pretende acabar con la sociedad activa. Dicha concepción de “democracia” la limitan al simple ejercicio del voto, sin que exista después (ni en ninguna circunstancia) una sociedad civil activa, como debería ser según Norbert Lechner en su texto “Estado y Sociedad…”[2].

En México se ha empleado a la televisión, por ser el medio de comunicación con mayor penetración, para lograr esos fines. Bien cita Regis Debray[3] que “gobernar es hacer creer”. Y en México se hace “creer” a través de la televisión. El cómo logra la televisión esa “credibilidad” (o quizá sería más adecuado decir “convencimiento”, ya sea conciente o inconsciente) es un tema amplio, pero podemos reducirlo, de manera un tanto arbitraria, al uso excesivo de la imagen, como hace referencia Debray. Este uso de las imágenes, y otros recursos que van desde la retórica, psicoanálisis, etc., es una manera en que la realidad puede ser transformada, dándole el significado que desee la clase dominante.

Existe además, un debate constante sobre la “interacción” del televidente respecto a lo que mira en el aparato receptor. Hay quienes defienden la teoría de que a la televisión sí se le puede llamar un medio de “comunicación” porque el espectador reacciona, por ejemplo, al comprar algo que vio anunciado en la televisión; hay quienes consideran lo contrario. Y es que la televisión, si bien genera reacciones, dado que el televidente no es un espectador totalmente pasivo (como algunos otros teóricos piensan), no es lo mismo una “respuesta” real que una simple “reacción”. Una reacción se produce por cualquier estímulo, (hasta la comezón causa una reacción), de ahí que el espectador no sea pasivo, sin embargo una respuesta es algo muy diferente, y si además consideramos el concepto básico de comunicación (emisor-mensaje-receptor e inversa), no se cierra el ciclo al no haber una respuesta (feedback) por parte del televidente, pues si bien puede estar o no de acuerdo con lo transmitido, no se tiene un espacio, por ejemplo en la programación, para dar una “respuesta”, una réplica. En ese sentido, la televisión no puede ser un medio democrático desde el momento en que no existe un derecho real de réplica. En el caso de México es aún menos democrática ya que, ni aunque existan leyes que supuestamente regulen ese derecho, casi siempre se tiene sólo una perspectiva, es decir, un modo de significar las cosas y una creación, un modo de ver lo que subjetivamente llamamos “realidad”, según los dueños de los medios y la clase en el poder.

Cabe mencionar otro aspecto poco tratado: la contaminación de lo público (lo que transmite la televisión), en lo privado (los hogares), así como la irrupción, conciente o inconsciente, de la televisión en las personas y cómo esto, ya no digamos que ejerce poder, sino que cambia toda una forma de vida de las nuevas sociedades. En el mundo las nuevas tecnologías y los medios de comunicación han llevado a una individualización preocupante, pues las personas conviven cada vez menos (por ejemplo, con el uso de la internet, en lugar de ir a ver a una persona simplemente se le envía un e-mail). Y esta “individualización” que refieren Alain Mons[4] y por otro lado Cornelius Castoriadis[5], se refleja en el comportamiento político-social de las personas, pues si nos detenemos a ver qué ocurre (en el caso mexicano) con la sociedad, veremos que a las personas cada día les importa menos lo que ocurra con los “otros”: ya no se tiene un sentido de lucha social, ni de protesta, porque esa concepción de colectivo se pierde más y más. Las personas no reaccionan ante lo que le suceda a los demás (sea desgracia, protesta, acción civil, etc.) en tanto no afecte sus intereses personales. El Estado, mediante el uso de la televisión por ejemplo, está logrando desarticular a la sociedad como colectivo.

Todo lo anterior nos da una pequeña perspectiva de cómo es que los dueños de las dos grandes televisoras han encontrado el “tesoro” al final del arco iris ejerciendo un gran poder sobre la esfera política mexicana. Quien tiene a la televisión de su lado, tiene el poder asegurado, y para muestra basta ver los comicios presidenciales de 2006.

Es así como los poderes de facto en México no están representados por los políticos, también los representan, hasta en mayor medida, la televisión, considerada por muchos “el cuarto poder”. Por ello es acertado decir que hoy en día la “democracia” no es más que una “oligarquía liberal”[6].

La democracia en México es finalmente una significación imaginaria construida por los medios masivos de comunicación, es la forma de entender el mundo desde la perspectiva de quien detenta el poder y emite los mensajes, que en este caso es la clase dominante: los dueños de los medios en alianza con el poder político.

Por último, se puede decir que es necesaria una regulación de los medios. No hay que soslayar la gran importancia de que el Estado tuviera sus propios medios (por así decirlo), pues la decisión de la política neoliberal que vendió en 1993 Imevisión quizá no fue la más correcta; a pesar de eso, también cabe la pregunta de qué tan beneficioso resultaría, hoy en día, que el Gobierno mexicano tuviera en su poder aunque fuese un solo canal de televisión. ¿Realmente se trataría de una “televisión pública” o se emplearía como un gran aparato ideológico de Estado? Pues a pesar de que la televisión en México tiene “dueños”, el Gobierno y las diferentes fuerzas políticas no dudan de su gran poder, gastando inmensas cantidades de recursos económicos en dicho medio.

Dado que las instituciones en México están muy deterioradas, es necesario que la cada vez más desarticulada e “individualizada” sociedad mexicana tome cartas en el asunto, pues los medios, que en teoría también deberían reaccionar en algún momento, no muestran señal de querer hacerlo (según Lechner la democracia se fortalece de “organizaciones sociales de base y los medios de comunicación”[7]). Por su parte, las fuerzas políticas opositoras deben ser firmes, sabiendo lograr acuerdos, teniendo sus objetivos muy claros, aunque éstos sean pequeños y a corto plazo, pues no se podrá considerar a la televisión un medio democrático en tanto no se tenga acceso a los medios de comunicación, en este caso la televisión, y mientras no exista una verdadera pluralidad y un real derecho de réplica.


*Publicado en "La Fuerza del Sol" No. 583, febrero 2009


Bibliografía

Castoriadis, Cornelius. “El Deterioro de Occidente”. 1992. pp. 16-23

Debray, Regis, “Dialéctica de la televisión pura” en Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada de Occidente, Paidós. Barcelona, 1994, pp. 277-298.

Lechner, Norbert. “Estado y sociedad en una perspectiva democrática” en Estado, democracia y ciudadanía, Universidades de la Plata, del Litoral de Quilmas. Argentina, 1999, pp. 23-40.

Mons, Alain. “Territorios Televisivos” en La metáfora social. Imagen, territorio, comunicación, Ediciones Nueva Visión, Argentina, 1994, pp. 129-151.
[1] Castoriadis, Cornelius. “El Deterioro de Occidente”. 1992. p. 19
[2] Lechner, Norbert. “Estado y Sociedad en una perspectiva democrática” en Estado Democracia y Ciudadanía…
[3] Debray, Regis. “Dialéctica de la televisión pura” en Vida y Muerte de la Imagen...p.280
[4] Mons, Alain. La metáfora social. Imagen, territorio, comunicación. 1994. pp. 134-137
[5] Castoriadis, Cornelius. Op. Cit. p. 17
[6] Ídem.
[7] Lechner, Norbert. Op. Cit. p. 34

1 comentario:

  1. La democracia consiste en poner bajo control el poder político. Es esta su característica esencial. En una democracia no debería existir ningún poder no controlado. Ahora bien, sucede que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, se podía decir que potencialmente, el más importante de todos, como si fuera Dios mismo quien habla. Y así será si continuamos consintiendo el abuso. Se ha convertido en un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia sobrevivirá si no pone fin al abuso de ese poder... Creo que un nuevo Hitler tendría, con la televisión, un poder infinito. Karl Popper 1996

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